La región habitada por los Huitotos se vio envuelta, desde los comienzos de la conquista, dentro de los ciclos colonizadores que en general caracterizan a toda la Amazonía.
Inicialmente, a partir de las predaciones de los asentamientos españoles y mestizos del piedemonte oriental andino desde el siglo XVI y de las razas de los portugueses en procura de esclavos, quienes llegaron desde el bajo Amazonas hasta la región del Araracuara. La extracción de fuerza de trabajo hacia el Brasil no sólo causó pérdida de independencia y de estabilidad demográfica sino que generó cambios significativos en la estructura social y en los sistemas culturales.
El "boom del caucho" significó para los indígenas una tragedia de enormes proporciones. A partir de la llegada de los primeros comerciantes, a finales del siglo XIX, la vida se transformó produciendo cambios cuyos efectos se sienten aun hoy día en los grupos sobrevivientes.
Algunos ancianos relatan que los primeros compradores de caucho bajaron del Caquetá a comienzos de siglo, haciendo contacto con los indígenas, comerciándolo e intercambiándolo por machetes, hachas, ropa, espejos y baratijas.
El sistema tradicional del endeude se implantó en la región y rápidamente la producción del caucho se destinó para pagar los espejos en los que vieron cómo los caucheros se apropiaban de sus territorios. Las hachas y los machetes se destinaron no para mejorar sus chagras sino para abrir los canales por donde manaban las resinas, ninguna baratija compensó la violencia que se desató en la región.
Los primeros en montar enclaves importantes de explotación fueron Benjamín Lagarraña (un pastuso) y Crisóstomo Hernández, quienes fundaron La Chorrera o Colonia Indiana en el Alto Igara-Paraná. Posteriormente fue fundado El Encanto en el Bajo Caraparaná, por Gregorio Calderón, otro comerciante. A partir de estos sitios se explotó el caucho durante más de treinta años.
A comienzos de siglo apareció en el Putumayo Julio C. Arana, comerciante peruano que mediante el establecimiento de la célebre Casa Arana, una compañía transportadora y comercial facilitó a los caucheros colombianos el acceso al mercado de Iquitos y logró controlar gran parte de la producción del Putumayo. A partir de allí se abrió un espacio de terror que se prolongó durante más de treinta años. Las cifras estimadas por algunos historiadores no dejan duda: se calcula que sólo en la región del Putumayo y sus afluentes fueron exterminados alrededor de 4.0000 indígenas durante el período que duró el "boom del caucho".
Este "boom" afectó directamente a las comunidades indígenas tanto del Perú como de Colombia: fueron de esta manera sometidos a la explotación los mirañas y boras del Cahuinarí, los Andoques en el río Aduche y nocoimanis, muruis y muinanes del Caraparaná e Igara Paraná; los nonuya, resigero y ocaina del Alto Cahuinarí, los Carijonas del Yarí y Alto Apaporis y los yure en el Alto Pure y Pupuha.
Una de las etnias que con mayor rigor sufrió esta hecatombe fue la de los Huitotos (murui-muinane), quienes se constituyeron en la mano de obra más utilizada por los caucheros. En la memoria de los ancianos aún se recuerda esta época de terror:
"Que mi abuelo contó que ahí llegaron unos señores, venidos por el Putumayo, dando la vuelta por el Amazonas, unos gomeros y los obligaron a trabajar siringa. Primero llegaron a darse cuenta a ver si había gente. Preguntaron a algunos en castellano guachapeado para hacer hablar indígena. No había camisa, hamaca. Pura hacha de piedra para arrancar los árboles Tumbaban un árbol a pura piedra. Ellos buscaban también el sitio en donde el viento había tumbado árboles grandes para allí sembrar la yuca, el chontaduro.
Entonces ellos vinieron, hablaron y trajeron espejitos, ollitas y para pagar una olla había que trabajar dos años. Según dice mi abuelo que el que no sacaba sus kilos lo castigaban con un cuero de danta. Por dos fallas que no sacaran en la semana un kilo, con una madera pesada para meterle las manos y los pies en un hueco.
Las mujeres limpiando potreros a puros macheticos corticos, amarrados con alambre de la cacha, limpiaban como veinte hectáreas. Muchos se volaron y hartos se murieron.
Los métodos violentos empleados por la Casa Arana para mantener la producción y controlar los indígenas trascendieron las fronteras de la Amazonía, pero paradójicamente sólo encontraron eco en el exterior y en algunos políticos y periodistas peruanos.
El genocidio de la Casa Arana no era desconocido para las autoridades colombianas. El mismo general Rafael Reyes, que gobernó el país entre 1903 y 1909, sabía de los métodos de explotación del caucho gracias a su experiencia como empresario. Su cónsul en Manaos era socio de Arana y durante su gobierno se firmó el famoso convenio de 1906, denominado Modus Vivendi, que entre otras cosas acordó el retiro por parte de ambos países de todas las guarniciones, autoridades civiles y militares y aduanas que allí estuviesen establecidas.
En 1907, Arana conformó la Peruvian Amazon Company, con sede en Londres y participación de capital inglés. Esta compañía incluía, según el mismo Arana, 4.0000 trabajadores y dentro de la planta de personal tenía 166 negros de Barbados (36 en el Putumayo), que servían como capataces y se caracterizaban por su crueldad.
Los informes de Handerburg, Cassement y otros dieron amplia cuenta de la situación, los cuales generaron investigaciones del gobierno inglés para establecer la responsabilidad de los agentes que se encontraban en las zonas de explotación. Pero si bien el mayor peso recayó en Arana, la justicia del Perú nunca tomó medidas efectivas para controlar los culpables.
Para escapar a esta hecatombe, muchas familias Huitotos optaron por huir y no faltaron los intentos de resistencia y las sublevaciones, aunque no siempre con buenos resultados. Aquellos recapturados eran torturados y muertos para escarmiento de los demás. Sin embargo a partir de estas migraciones lograron sobrevivir, y se establecieron en lugares distantes a su territorio de origen. Algunos asentamientos del Bajo Putumayo se formaron en esta época. El reordenamiento poblacional de la región fue entonces un efecto importante en la bonanza del caucho, aparte de la desaparición de muchas comunidades.
El conflicto militar colombo-peruano, de 1932, tuvo también consecuencias para los grupos indígenas. Por una parte significó la presencia del ejército colombiano, desconocido casi por completo en la región, y por otra su vinculación a la contienda, ya fuera como abastecedores de las tropas, como guías de navegación para las cañoneras y vapores y aun como soldados en los contingentes.
Los atropellos por parte del ejército peruano contra los indígenas del Putumayo eran constantes, no existía una presencia de las autoridades colombianas que afirmara la pertenencia de estos a uno u otro país. Además para los indígenas no existía el concepto de nacionalidad, hay poblaciones a lado y lado de las fronteras pertenecientes a las mismas etnias.
Como resultado de la guerra se instalaron bases militares en Puerto Leguízamo que trajeron colonización y nuevos puntos de atracción para los indígenas, quienes se vincularon a los nacientes centros urbanos como mano de obra, abastecedores, etc. Otros sufrieron las represalias de los peruanos que trasladaron comunidades enteras, especialmente de Huitotos hacia el Perú.
En la década de los años treinta, la instalación de la colonia penal del Aracuara por parte del gobierno influyó especialmente sobre los Huitotos. El penal significó el traslado de los problemas o patologías sociales del país a las selvas amazónicas, afectando aun más la organización social de las comunidades; muchos expresidiarios se quedaron a vivir en la región convirtiéndose en colonos.
Después de la década de los años cuarenta sobrevinieron distintos ciclos extractivos. La explotación de maderas abrió paso a nueva colonización y a la fundación de nuevos pueblos; la tagua, las pieles, el tigrilleo, fueron generando colonización.
Terminado el litigio Colombo-peruano la actividad misionera ha sido probablemente el agente de cambio más decisivo en los últimos años. Se fundaron internados capuchinos en las zonas, La Chorrera en 1935, en 1940 la misión de San Rafael del Encanto y en 1951 se conformó la Prefectura Apostólica del Amazonas. La misión tuvo como una de sus primeras actividades la traducción de catecismos a la lengua Huitoto; así mismo tuvo un papel importante como distribuidora de bienes y de comercio. Las lenguas nativas fueron prohibidas. Estos internados se consideran, en parte, como responsables de la desestructuración cultural de los grupos del área.
Inicialmente, a partir de las predaciones de los asentamientos españoles y mestizos del piedemonte oriental andino desde el siglo XVI y de las razas de los portugueses en procura de esclavos, quienes llegaron desde el bajo Amazonas hasta la región del Araracuara. La extracción de fuerza de trabajo hacia el Brasil no sólo causó pérdida de independencia y de estabilidad demográfica sino que generó cambios significativos en la estructura social y en los sistemas culturales.
El "boom del caucho" significó para los indígenas una tragedia de enormes proporciones. A partir de la llegada de los primeros comerciantes, a finales del siglo XIX, la vida se transformó produciendo cambios cuyos efectos se sienten aun hoy día en los grupos sobrevivientes.
Algunos ancianos relatan que los primeros compradores de caucho bajaron del Caquetá a comienzos de siglo, haciendo contacto con los indígenas, comerciándolo e intercambiándolo por machetes, hachas, ropa, espejos y baratijas.
El sistema tradicional del endeude se implantó en la región y rápidamente la producción del caucho se destinó para pagar los espejos en los que vieron cómo los caucheros se apropiaban de sus territorios. Las hachas y los machetes se destinaron no para mejorar sus chagras sino para abrir los canales por donde manaban las resinas, ninguna baratija compensó la violencia que se desató en la región.
Los primeros en montar enclaves importantes de explotación fueron Benjamín Lagarraña (un pastuso) y Crisóstomo Hernández, quienes fundaron La Chorrera o Colonia Indiana en el Alto Igara-Paraná. Posteriormente fue fundado El Encanto en el Bajo Caraparaná, por Gregorio Calderón, otro comerciante. A partir de estos sitios se explotó el caucho durante más de treinta años.
A comienzos de siglo apareció en el Putumayo Julio C. Arana, comerciante peruano que mediante el establecimiento de la célebre Casa Arana, una compañía transportadora y comercial facilitó a los caucheros colombianos el acceso al mercado de Iquitos y logró controlar gran parte de la producción del Putumayo. A partir de allí se abrió un espacio de terror que se prolongó durante más de treinta años. Las cifras estimadas por algunos historiadores no dejan duda: se calcula que sólo en la región del Putumayo y sus afluentes fueron exterminados alrededor de 4.0000 indígenas durante el período que duró el "boom del caucho".
Este "boom" afectó directamente a las comunidades indígenas tanto del Perú como de Colombia: fueron de esta manera sometidos a la explotación los mirañas y boras del Cahuinarí, los Andoques en el río Aduche y nocoimanis, muruis y muinanes del Caraparaná e Igara Paraná; los nonuya, resigero y ocaina del Alto Cahuinarí, los Carijonas del Yarí y Alto Apaporis y los yure en el Alto Pure y Pupuha.
Una de las etnias que con mayor rigor sufrió esta hecatombe fue la de los Huitotos (murui-muinane), quienes se constituyeron en la mano de obra más utilizada por los caucheros. En la memoria de los ancianos aún se recuerda esta época de terror:
"Que mi abuelo contó que ahí llegaron unos señores, venidos por el Putumayo, dando la vuelta por el Amazonas, unos gomeros y los obligaron a trabajar siringa. Primero llegaron a darse cuenta a ver si había gente. Preguntaron a algunos en castellano guachapeado para hacer hablar indígena. No había camisa, hamaca. Pura hacha de piedra para arrancar los árboles Tumbaban un árbol a pura piedra. Ellos buscaban también el sitio en donde el viento había tumbado árboles grandes para allí sembrar la yuca, el chontaduro.
Entonces ellos vinieron, hablaron y trajeron espejitos, ollitas y para pagar una olla había que trabajar dos años. Según dice mi abuelo que el que no sacaba sus kilos lo castigaban con un cuero de danta. Por dos fallas que no sacaran en la semana un kilo, con una madera pesada para meterle las manos y los pies en un hueco.
Las mujeres limpiando potreros a puros macheticos corticos, amarrados con alambre de la cacha, limpiaban como veinte hectáreas. Muchos se volaron y hartos se murieron.
Los métodos violentos empleados por la Casa Arana para mantener la producción y controlar los indígenas trascendieron las fronteras de la Amazonía, pero paradójicamente sólo encontraron eco en el exterior y en algunos políticos y periodistas peruanos.
El genocidio de la Casa Arana no era desconocido para las autoridades colombianas. El mismo general Rafael Reyes, que gobernó el país entre 1903 y 1909, sabía de los métodos de explotación del caucho gracias a su experiencia como empresario. Su cónsul en Manaos era socio de Arana y durante su gobierno se firmó el famoso convenio de 1906, denominado Modus Vivendi, que entre otras cosas acordó el retiro por parte de ambos países de todas las guarniciones, autoridades civiles y militares y aduanas que allí estuviesen establecidas.
En 1907, Arana conformó la Peruvian Amazon Company, con sede en Londres y participación de capital inglés. Esta compañía incluía, según el mismo Arana, 4.0000 trabajadores y dentro de la planta de personal tenía 166 negros de Barbados (36 en el Putumayo), que servían como capataces y se caracterizaban por su crueldad.
Los informes de Handerburg, Cassement y otros dieron amplia cuenta de la situación, los cuales generaron investigaciones del gobierno inglés para establecer la responsabilidad de los agentes que se encontraban en las zonas de explotación. Pero si bien el mayor peso recayó en Arana, la justicia del Perú nunca tomó medidas efectivas para controlar los culpables.
Para escapar a esta hecatombe, muchas familias Huitotos optaron por huir y no faltaron los intentos de resistencia y las sublevaciones, aunque no siempre con buenos resultados. Aquellos recapturados eran torturados y muertos para escarmiento de los demás. Sin embargo a partir de estas migraciones lograron sobrevivir, y se establecieron en lugares distantes a su territorio de origen. Algunos asentamientos del Bajo Putumayo se formaron en esta época. El reordenamiento poblacional de la región fue entonces un efecto importante en la bonanza del caucho, aparte de la desaparición de muchas comunidades.
El conflicto militar colombo-peruano, de 1932, tuvo también consecuencias para los grupos indígenas. Por una parte significó la presencia del ejército colombiano, desconocido casi por completo en la región, y por otra su vinculación a la contienda, ya fuera como abastecedores de las tropas, como guías de navegación para las cañoneras y vapores y aun como soldados en los contingentes.
Los atropellos por parte del ejército peruano contra los indígenas del Putumayo eran constantes, no existía una presencia de las autoridades colombianas que afirmara la pertenencia de estos a uno u otro país. Además para los indígenas no existía el concepto de nacionalidad, hay poblaciones a lado y lado de las fronteras pertenecientes a las mismas etnias.
Como resultado de la guerra se instalaron bases militares en Puerto Leguízamo que trajeron colonización y nuevos puntos de atracción para los indígenas, quienes se vincularon a los nacientes centros urbanos como mano de obra, abastecedores, etc. Otros sufrieron las represalias de los peruanos que trasladaron comunidades enteras, especialmente de Huitotos hacia el Perú.
En la década de los años treinta, la instalación de la colonia penal del Aracuara por parte del gobierno influyó especialmente sobre los Huitotos. El penal significó el traslado de los problemas o patologías sociales del país a las selvas amazónicas, afectando aun más la organización social de las comunidades; muchos expresidiarios se quedaron a vivir en la región convirtiéndose en colonos.
Después de la década de los años cuarenta sobrevinieron distintos ciclos extractivos. La explotación de maderas abrió paso a nueva colonización y a la fundación de nuevos pueblos; la tagua, las pieles, el tigrilleo, fueron generando colonización.
Terminado el litigio Colombo-peruano la actividad misionera ha sido probablemente el agente de cambio más decisivo en los últimos años. Se fundaron internados capuchinos en las zonas, La Chorrera en 1935, en 1940 la misión de San Rafael del Encanto y en 1951 se conformó la Prefectura Apostólica del Amazonas. La misión tuvo como una de sus primeras actividades la traducción de catecismos a la lengua Huitoto; así mismo tuvo un papel importante como distribuidora de bienes y de comercio. Las lenguas nativas fueron prohibidas. Estos internados se consideran, en parte, como responsables de la desestructuración cultural de los grupos del área.
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