A pesar de que el hallazgo del gran tesoro de El Bolo constituyo un enorme descalabro en cuanto a la forma en que grupos de guaqueros y personas de todas las condiciones destrozaron el lugar para apropiarse del material precolombino, sirvió para dilucidar aspectos importantes del área arqueológica de Calima, según se anoto, el aportar piezas claves que unieron datos aislados, con lo cual cobra sentido tales evidencias. Dentro del numeroso material aparecieron algunos canasteros y alcarrazas Ylama, que evidencia la continuidad de estas formas cerámicas. De todas maneras, una asociación similar había sido consignada por Cárdale, de la fundación Pro Calima, si bien quedo en espera de otra ratificación similar. Diversas personas que estuvieron en el lugar, como observadores, coleccionistas, trabajadores y compradores también aportaron valiosos datos, inclusive un vídeo, sobre las particularidades del cementerio y de los objetos encontrados, información que añade elementos esclarecedores en lo relativo a la zona arqueológica de Calima. Por los datos derivados de este hallazgo, las crónicas de la conquista cobran valioso sentido, y se puede presumir con alguna corteza no solo que el material arqueológico formaba parte de una muy antigua tradición que fue continuada por los indígenas descritos por los cronistas- artífices de la orfebrería y de las manifestaciones materiales ligadas a una sociedad política y socialmente organizada -, sino que su producción fue tan voluminosa y organizada que contó con talleres orfebres y gremios especializados, como los reseñados por Pineda desde 1945. También se clarifica el sentido de su densa red de caminos para la distribución e intercambios de productos son otros grupos apartados, por lo cual era necesario comunicarse por medio de intérpretes, como lo anotó Andagoya, citado por trimborn, sobre los poderosos caciques Liles que "contaban con intérpretes para comunicarse con gentes de otras lenguas". Se ratifica por la aparición del nuevo material, y por el que ya se conocía, que tales sociedades fueron herederas de una tradición religiosa muy compleja en la que la trilogía jaguar-culebra-ave constituía el eje de su ceremonial y culto.
Ahora bien, lo que se pude apreciar en el material ya establecido como propiamente Calima es una variación local en la transformación de la materia prima de acuerdo con los distintos artífices locales, y entre quienes jugaron papeles primordiales su creatividad y a las variaciones añadidas en los objetos de generación en generación -, que corresponde a formas ancestrales llegadas a su territorio por migrantes, y que las sucesivas generaciones conservaron en su esencia formal, como las vasijas denominadas alcarrazas con asa en puente y doble vertedera; los canasteros; la decoración con pintura negativa; las sofisticadas técnicas orfebres; las excavaciones funerarias de pozo con cámaras para entierros individuales o múltiples, y su avanzada tecnología agrícola, entre otros rasgos. Las numerosas fechas de carbón 14 y de termoluminiscencia, obtenidas por los deferentes investigadores, muestran una importante profundidad cultural: 150 años, más o menos 70 a.C. –pro Calima- que indica la antigüedad, que se presume mayor, de las tradiciones que continuarían hasta comienzos de la Conquista hispana.
Lo que se pude apreciar al analizar los objetos aparecidos en excavaciones, y como producto de guaquería que reposan en los museos, así como los de colecciones privadas derivados de extracciones clandestinas, en una cierta homogeneidad de temas y de técnicas, con variaciones locales propias que no deben atribuirsen a desarrollos diferentes. Al respecto, es interesante mencionar el caso de la cultura Muisca, cuyas manifestaciones materiales son ciertamente disímiles, pero gracias a que cuenta con muy buena información tanto de cronistas como arqueológicas, se constató que las evidentes variaciones correspondían a estilos locales de sitios geográficos diferentes, pero de todas maneras pertenecientes al mismo grupo. Es el caso de la producción alfarera de vasijas del Valle de Tenza, de Ráquira y la denominada cerámica Tequendama de Cundinamarca, con sus elegantes múcuras y copas ceremoniales, pertenecientes a las colecciones de los museos Nacional y del Oro, la Casa del Marqués de San Jorge, y de algunas colecciones privadas que analicé en su totalidad: todas pertenecen a los Muiscas, pero presentan tales diferencias a todo nivel, que si no se hubiera contado con el material de apoyos de crónicas, y registros de su hallazgo y excavaciones, se podría haber concluido que pertenecían a grupos diferentes o diversas etapas cronológicas. Esta experiencia me inclina ratificar que las producciones cerámicas- orfebres denominadas Yotoco, Ylama y Sonso formaron parte de una continuidad cultural que insertó sus raíces en siglos anteriores a Cristo y fueron continuadas por los Liles o los gorrones, sociedades que estaban en pleno esplendor productivo en el siglo XVI. Las descripciones de Cieza y Robledo concuerdan, sin lugar a dudas, con las evidencias y patrones culturales que se pueden inferir de los yacimientos arqueológicos investigados, de sus prácticas funerarias y de los materiales aparecidos en los cementerios. Respecto al uso de adornos de oro por los Liles, es bien esclarecedora esta anotación de Cieza de León:
....Traen ellos y ellas abiertas las narices, pues en ellas unos que llaman caricuries, que son a manera de clavos retorcidos de oro, tan gruesos como un dedo, y otros más y algunos menos. A los cuellos se ponen también unas gargantillas ricas y bien hechas de oro fino y (también) de bajo, y en las orejas traen colgadas uno anillos retorcidos y otras joyas...
Bien se puede aparentar la joyería en oro aparecida en las tumbas de los sitios excavados y la aparecida en el cementerio de El Bolo, con la riqueza de oro y piedras ornamentales que usaban los indígenas cuando llegaron los hispanos al territorio. Las dos enormes esmeraldas en bruto encontradas en el cementerio inducen a pensar que tendrían un uso mágico- ritual diferente al ornamental, debido a que no se encuentra tallados en forma de cuentas, como sí ocurre con los cuarzos cristalinos y las piedras azul-verde de serpiente.
Tenemos que entonces la aparición del gran cementerio de El Bolo arroja nuevas luces sobre el enfoque que se le había dado el material arqueológico de la zona Calima, si bien es factible continuar agrupando las formas específicas con los nombres de los sitios en donde aparecieron en mayor cantidad, como es usual en la metodología arqueológica, debido a que el enorme y rico cementerio aparecieron dichas tradiciones orfebres- alfareras asociadas entre si, y además con el de otras zonas del país, lo cual ayuda a esclarecer algunos problemas bien interesantes que existían entorno a la zona precolombina.
La costumbre que tiene algunas entidades del gobierno de adquirir sólo una clase de material, oro o cerámica, desvertebra lastimosamente las asociaciones, con lo cual se presenta luego problemas para concatenar las diversas manifestaciones materiales de las diferentes culturas. En este hallazgo, a pesar de lo caótico en la recuperación de lo elementos es tan corto tiempo, permitió reseñar el material que estaba asociado dentro de la misma tumba y en el cementerio en general, con el concurso de los mencionados informantes, como se anotó. Inclusive, algunos curtidos guaqueros aportaron valiosa información sobre los objetos, aparecidos "solamente"- como es lógico suponer- cuando ya habían "guaqueado" todo el cementerio para evitar interferencias, puesto que en este caso no hubo disputas entre ellos, que es cuando se deciden informar de sus hallazgos.
Con base en el material analizado el mayor hasta ahora obtenido en cantidad y calidad de objetos en oro, cerámica y piedras ornamentales, en los estudios de arqueología ya realizados y en las notas de los cronistas, es razonable reconocer no solo la antigua tradición de cerámicas y orfebres de Liles y Gorrones del Valle del Cauca- los indígenas más descritos por los cronistas -, sino también su organización socio-política y religiosa que permitió tal ordenamiento y productividad.
Ahora bien, lo que se pude apreciar en el material ya establecido como propiamente Calima es una variación local en la transformación de la materia prima de acuerdo con los distintos artífices locales, y entre quienes jugaron papeles primordiales su creatividad y a las variaciones añadidas en los objetos de generación en generación -, que corresponde a formas ancestrales llegadas a su territorio por migrantes, y que las sucesivas generaciones conservaron en su esencia formal, como las vasijas denominadas alcarrazas con asa en puente y doble vertedera; los canasteros; la decoración con pintura negativa; las sofisticadas técnicas orfebres; las excavaciones funerarias de pozo con cámaras para entierros individuales o múltiples, y su avanzada tecnología agrícola, entre otros rasgos. Las numerosas fechas de carbón 14 y de termoluminiscencia, obtenidas por los deferentes investigadores, muestran una importante profundidad cultural: 150 años, más o menos 70 a.C. –pro Calima- que indica la antigüedad, que se presume mayor, de las tradiciones que continuarían hasta comienzos de la Conquista hispana.
Lo que se pude apreciar al analizar los objetos aparecidos en excavaciones, y como producto de guaquería que reposan en los museos, así como los de colecciones privadas derivados de extracciones clandestinas, en una cierta homogeneidad de temas y de técnicas, con variaciones locales propias que no deben atribuirsen a desarrollos diferentes. Al respecto, es interesante mencionar el caso de la cultura Muisca, cuyas manifestaciones materiales son ciertamente disímiles, pero gracias a que cuenta con muy buena información tanto de cronistas como arqueológicas, se constató que las evidentes variaciones correspondían a estilos locales de sitios geográficos diferentes, pero de todas maneras pertenecientes al mismo grupo. Es el caso de la producción alfarera de vasijas del Valle de Tenza, de Ráquira y la denominada cerámica Tequendama de Cundinamarca, con sus elegantes múcuras y copas ceremoniales, pertenecientes a las colecciones de los museos Nacional y del Oro, la Casa del Marqués de San Jorge, y de algunas colecciones privadas que analicé en su totalidad: todas pertenecen a los Muiscas, pero presentan tales diferencias a todo nivel, que si no se hubiera contado con el material de apoyos de crónicas, y registros de su hallazgo y excavaciones, se podría haber concluido que pertenecían a grupos diferentes o diversas etapas cronológicas. Esta experiencia me inclina ratificar que las producciones cerámicas- orfebres denominadas Yotoco, Ylama y Sonso formaron parte de una continuidad cultural que insertó sus raíces en siglos anteriores a Cristo y fueron continuadas por los Liles o los gorrones, sociedades que estaban en pleno esplendor productivo en el siglo XVI. Las descripciones de Cieza y Robledo concuerdan, sin lugar a dudas, con las evidencias y patrones culturales que se pueden inferir de los yacimientos arqueológicos investigados, de sus prácticas funerarias y de los materiales aparecidos en los cementerios. Respecto al uso de adornos de oro por los Liles, es bien esclarecedora esta anotación de Cieza de León:
....Traen ellos y ellas abiertas las narices, pues en ellas unos que llaman caricuries, que son a manera de clavos retorcidos de oro, tan gruesos como un dedo, y otros más y algunos menos. A los cuellos se ponen también unas gargantillas ricas y bien hechas de oro fino y (también) de bajo, y en las orejas traen colgadas uno anillos retorcidos y otras joyas...
Bien se puede aparentar la joyería en oro aparecida en las tumbas de los sitios excavados y la aparecida en el cementerio de El Bolo, con la riqueza de oro y piedras ornamentales que usaban los indígenas cuando llegaron los hispanos al territorio. Las dos enormes esmeraldas en bruto encontradas en el cementerio inducen a pensar que tendrían un uso mágico- ritual diferente al ornamental, debido a que no se encuentra tallados en forma de cuentas, como sí ocurre con los cuarzos cristalinos y las piedras azul-verde de serpiente.
Tenemos que entonces la aparición del gran cementerio de El Bolo arroja nuevas luces sobre el enfoque que se le había dado el material arqueológico de la zona Calima, si bien es factible continuar agrupando las formas específicas con los nombres de los sitios en donde aparecieron en mayor cantidad, como es usual en la metodología arqueológica, debido a que el enorme y rico cementerio aparecieron dichas tradiciones orfebres- alfareras asociadas entre si, y además con el de otras zonas del país, lo cual ayuda a esclarecer algunos problemas bien interesantes que existían entorno a la zona precolombina.
La costumbre que tiene algunas entidades del gobierno de adquirir sólo una clase de material, oro o cerámica, desvertebra lastimosamente las asociaciones, con lo cual se presenta luego problemas para concatenar las diversas manifestaciones materiales de las diferentes culturas. En este hallazgo, a pesar de lo caótico en la recuperación de lo elementos es tan corto tiempo, permitió reseñar el material que estaba asociado dentro de la misma tumba y en el cementerio en general, con el concurso de los mencionados informantes, como se anotó. Inclusive, algunos curtidos guaqueros aportaron valiosa información sobre los objetos, aparecidos "solamente"- como es lógico suponer- cuando ya habían "guaqueado" todo el cementerio para evitar interferencias, puesto que en este caso no hubo disputas entre ellos, que es cuando se deciden informar de sus hallazgos.
Con base en el material analizado el mayor hasta ahora obtenido en cantidad y calidad de objetos en oro, cerámica y piedras ornamentales, en los estudios de arqueología ya realizados y en las notas de los cronistas, es razonable reconocer no solo la antigua tradición de cerámicas y orfebres de Liles y Gorrones del Valle del Cauca- los indígenas más descritos por los cronistas -, sino también su organización socio-política y religiosa que permitió tal ordenamiento y productividad.
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